El edificio
La construcción de un teatro en la capital del Archipiélago durante el siglo XIX, Santa Cruz de Tenerife, es un proyecto paralelo al de otras obras que pretenden definir la ciudad moderna a partir de 1847. La llegada del arquitecto Manuel de Oráa, carlista exiliado, en ese mismo año, propicia el planteamiento y desarrollo de los programas constructivos. El teatro fue el primer proyecto abordado y del carácter preferente que se le dio son buena muestra la rápida ejecución de los planos , la agilidad en resolver los problemas presupuestarios, la elección del solar del desamortizado convento dominicano en el centro de la ciudad, la reproducción orgullosa de su fachada en un periódico del momento o la insistencia de los municipios en argumentos culturales, morales y políticos para su inmediato levantamiento. Derribado el convento, las obras no comienzan hasta 1849 debido al retraso en llegar la autorización real aprobando el proyecto. El teatro se inaugura en enero de 1851, aunque todavía inacabado. La falta de fondos paralizan las obras hasta fines de ese año. Posteriormente se siguen realizando trabajos en el interior del edificio proyectados por Oráa y los maestros de obras Armiño y Maffiotte. Hasta 1888 no se plantea la decoración interior, aunque el proyecto no se realiza.
1911
La auténtica renovación no llegará hasta el 9 de febrero de 1911.
Las mejoras efectuadas en 1895, 1899, 1901, 1905 y 1908, tienen por objeto concluir la obra de Oráa que solo se había acometido en sus aspectos más necesarios. Sin embargo, la auténtica renovación no llegará hasta el 9 de febrero de 1911 en que, a instancias del concejal Ángel Crosa se aprueban las siguientes reformas: sala y boca del escenario, bajada del pavimento del patio de butacas, plateas, redistribución de las localidades y decoración de la sala de espectáculos. Del proyecto y ejecución de las mismas se encarga el arquitecto municipal Antonio Pintor. Los trabajos, que comenzaron el 1 de mayo de 1911, van a durar doce años. Se caracterizarán por su falta de planificación, pasando de una reforma a la casi completa modificación de la fábrica proyectada por Oráa, de la que sólo se mantendrá el exterior y la estructura. Las obras se iniciarán con la colocación de un pavimento inclinado y la construcción de los palcos proscenios, inexistentes hasta este momento, que obligan a retranquear el escenario y a efectuar una nueva embocadura. En su decoración trabaja el maestro andaluz Francisco Granados Calderón, que efectúa la mayor parte del ornamento del edificio, siempre siguiendo los diseños de Pintor. La improvisación se pone de manifiesto en el informe que hace Pintor sobre el peligroso estado del techo del patio de butacas, momento que es aprovechado para solicitar la ampliación del paraíso, así como para engalanar todo el cubrimiento del salón y colocar el grupo de arañas al centro. Luego se realiza la apertura del hall con el vestíbulo del patio de butacas, hasta entonces comunicados sólo por una puerta, gracias a un hueco adintelado apoyado en dos columnas de fundición. Por último, en 1913, uno de los salones del piso alto se convierte en foyer, guarneciéndolo con yeserías y espejos. Normalmente toda esta decoración yuxtapuesta fue ejecutada empleando yeso estopado y la pasta de madera.
Además de Granados, trabajan en el teatro el maestro de obras José Ruiz, encargado de la “cazuela del paraíso” (gallinero) y del foso de la orquesta; las dos alegorías que ocupan el techo fueron ejecutadas por Ángel Romero; el maestro Benjamín Sosa y Lugo fue el responsable de pintar y dorar la obra de Granados. Finalmente, para la ornamentación textil (telones, bambalinones, etc.) del escenario y palcos, concurrieron las firmas de Verch und Flothow de Berlín y Achille Sormani de Milán. Aunque la empresa italiana recibe la mayor parte de los encargos, también la compañía alemana suministra algunos juegos de decorados. En vista de la dilación que sufren las obras y la necesidad municipal de los ingresos provenientes del teatro, éste abre sus puertas al público en 1914 mientras se continúan los trabajos. Este hecho y los problemas derivados de la escasez de materiales durante la Gran Guerra, obstaculizan el ritmo de la construcción. Lentamente, durante este período, se efectúan la decoración del hall y las escaleras, realizadas estas últimas en hierro que tendría que facilitar una firma alemana. La preguerra obliga a contratar los servicios de la Casa Juan Miró de Sevilla para cambiar nuevamente y firmar con la empresa insular Fernández Iglesias y Cía., intermediaria de otra peninsular desconocida. Ultimada su colocación, se deciden por el empleo de mármol de Carrara para las huellas de las escaleras.
A partir de 1915 los problemas económicos llegan a paralizar los trabajos en varias ocasiones. En este año, retirado el maestro Granados, Adán Bello inicia la ejecución de la entrada principal al patio de butacas, obra que será ultimada por Fernández Hnos. Entre 1918 y 1922, la fábrica no experimenta cambio alguno. Con el embellecimiento del vestíbulo en este último año, y la instalación eléctrica junto con los baños de señoras al año siguiente, pueden darse por concluidos los trabajos en el teatro. El teatro se concibe según la tipología tradicional con una primera zona para el esparcimiento público, sala de espectáculos y escenario con sus anexos. La fábrica, gracias a la disponibilidad espacial que permitía el primitivo solar, se proyecta con sus fachadas exentas acorde a presupuestos de ornato y seguridad. La fachada diseña un nuevo espacio urbanístico complementado con el mercado, la plaza de la Isla de Madera. La fachada prescinde del frontón ideado en un primer proyecto y se remata con un plinto, en el que aparece la inscripción conmemorativa “Reinando Isabel II”, y coronado con el escudo de la ciudad. La composición de estructura en dos plantas con paramentos planos y ausencia de columnas, definiendo su verticalidad huecos simétricos de puertas y ventanas. El almohadillado de la planta baja, las pilastras del segundo piso y las cartelas rectangulares con alegorías de las artes, son los elementos ornamentales de esta sobria fachada que sigue pautas del clasicismo isabelino.
La planta rectangular y el alzado original de Oráa se mantienen en la reforma de Pintor, con excepción del escenario que se acorta. Los cambios ornamentales no influyen en las condiciones acústicas y visuales definidas por la planta de herradura de la sala de espectáculos. A su altura se ubica la platea y en los pisos siguientes se superponen los palcos, la galería del anfiteatro y la general con la novedad añadida por Pintor de un graderío que resta espacio a la sala de recreo de ésta última planta. La decoración interior, realizada enteramente en el siglo XX, se concibe según parámetros eclécticistas con aditamentos modernistas y detalles II Imperio. Por último, el teatro tenía dos palcos de luto reservados al contratista, Julián Robayna, y al arquitecto Manuel de Oráa, desaparecidos en la reforma de Pintor.